“Estoy muy contento por tener la confianza del equipo del que soy desde pequeño y llevo en mi corazón”, explica Gaizka Garitano tras firmar un nuevo vínculo con el Athletic hasta junio de 2021. Un tipo analítico y sosegado que no puede evitar cabalgar a lomos de la montaña rusa del fútbol. En 2015 era un joven técnico que un año después de colgar las botas creció con el filial del Eibar hasta llegar al primer equipo y subirlo de Segunda B a Primera División, territorio jamás conocido en Ipurua. Dos años después, tras sufrir dos tempraneras destituciones, decidió reiniciarse en Segunda B. Dio dos pasos atrás y aquí está con renovados impulsos: finalista en la Copa del Rey e indiscutible entrenador de un grande del fútbol español. El mismo que no pudo consolidarse en el Deportivo, donde todavía están por definirse cuales son los afectos.
La historia de Gaizka Garitano en A Coruña es la de tantos otros que han pasado por el banquillo del Deportivo en las últimas temporadas, un devenir teñido de incomprensiones, desconfianzas, prisas y exigencias. Cuando aún no había pisado A Coruña desde un sector de la grada deportivista ya se le había puesto una cruz: GaritaNON.
No parece probable que quienes censuraron la llegada de Garitano a Riazor hubiesen cotejado su capacidad profesional en entrenamientos, partidos o manejo de grupos. Tampoco semeja verosímil que se hubiesen entrevistado con él o que hubiesen recabado opiniones sobre las personas que lo habían tratado. Pero apretaron el gatillo porque Garitano, en el pasado, había defendido las opciones del equipo al que entrenaba, el Eibar, el mismo al que hizo campeón en Segunda División con el menor tope salarial de la categoría. Subió a la máxima categoría con el Deportivo de la mano, pero poco antes de hacerlo expresó un lamento que no todos entendieron. Seguramente tampoco lo quisieron entender.
El Eibar iba embalado hacia el ascenso, pero debía refrendar en los despachos lo que ganaba sobre el césped porque le exigían completar una ampliación de capital de 1,7 millones de euros para poder jugar en Primera. Y si no lo lograba tendría que salir del fútbol profesional.
El club no tenía deudas y había establecido unas limitaciones para que la entidad siguiese en poder de pequeños accionistas y no cayese en manos de grandes inversores. Sí había alguien que combatía es demonio que algunos denominan “fútbol moderno”, ese era el Eibar. Y Garitano defendió lo suyo: “Hay mucha manga ancha. Que nos obliguen a recaudar 1,7 millones de euros es la mayor injusticia que he visto en el fútbol. Un club saneado, que no debe a nadie, se tiene que enfrentar a una ampliación de capital injusta e innecesaria cuando está compitiendo con equipos, por ejemplo, como el Deportivo que tienen una deuda increíble y que en enero es capaz de hacer grandísimos fichajes. Jugamos en desventaja en esta competición ante rivales como el Deportivo. Hay equipos que no pagan y no hacen frente a las deudas, como el Deportivo. Y otros que lo hacen todo económicamente perfecto, como el Eibar, y no debemos ni un recibo de agua”.
El Deportivo, que comenzó enero de 2014 con una deuda de 160 millones de euros se reforzó aquel mes, el del traspaso de poder en el club entre el Consejo liderado por Augusto César Lendoiro y Tino Fernández, con Lopo, Salomao, Sissoko, Toché y Rabello. Un poco más tarde llegó Ifrán tras la lesión del extremo luso.
Garitano, prisionero de su franqueza, entró en la lista negra de unos cuantos seguidores deportivistas. También lo hizo Quique Setién, que se manifestó desde Lugo en similares términos. La vida siguió. Eibar y Deportivo subieron a Primera y compitieron la campaña siguiente con los topes salariales más flacos de la categoría. Se salvaron, pero el Eibar lo hizo tras el descenso administrativo del Elche, opción que ya se contemplaba casi con seguridad en aquella última jornada en la que el Deportivo empató en el Camp Nou y el Eibar cayó al puesto 18, que sólo ocupó en las dos últimas jornadas del campeonato.
Garitano entendió que no debía de seguir, que no había cumplido con su trabajo. Y se fue al paro. No parecía probable que por mucho tiempo porque en Segunda División tenía un mercado indudable. Le reclutó, ya en julio, el Valladolid. Pero todo se le empezó a torcer. Cayó en octubre, tras nueve jornadas, después de una derrota en Llagostera e hilar cinco jornadas sin ganar. Era un Valladolid en obras. En el primer entrenamiento de pretemporada se había encontrado con apenas diez profesionales en la plantilla, pero Garitano evitó reproches: “Tenía fuerza para seguir y el apoyo del vestuario, pero aprendo de todo lo que he hecho mal y no culpo de la situación ni a los periodistas ni al entorno ni a nadie”, dijo en su despedida. Se fue a casa hasta que le llegó la llamada del Deportivo.
Fue la gran apuesta de Richard Barral, que había promocionado de director de planificación deportiva a director deportivo. La sustitución de Fernando Vázquez por Víctor Fernández la había pilotado Fernando Vidal, que como responsable del área deportiva solía además dar la cara en ruedas de prensa de ese suerte de departamento del club. Con el paso del tiempo pareció aconsejable que ese desgaste lo asumiese un profesional y no un consejero, así que Barral se puso en la línea de fuego, animado además por una remuneración acorde a la responsabilidad, la primera de ese nivel que asumía en el fútbol. Y tras la destitución de Víctor Sánchez del Amo le encomendaron abrir un proceso para seleccionar técnico.
Barral no tuvo dudas. Puso sobre la mesa otras opciones como las de Rubén Baraja o Luis César y despejó como pudo el ruido que las redes sociales generaban en torno a Paco Jémez. Siempre quiso a Garitano porque además obtuvo las mejores referencias tanto de él como de su segundo Patxi Ferreira para manejarse en la caseta, detalle que no era menor tras la guerra civil con la que se había acabado la campaña anterior.
Pero lo que nadie valoró es que había otra guerra en marcha. La llamada “paz social” no había llegado al Deportivo y cualquier decisión era motivo de agrio litigio. Así que cuando se anunció al nuevo entrenador, antes incluso, ya llovieron los reproches. GaritaNON siempre fue consciente de ellos e incluso se aninó a manejarlos. Franco, directo, sincero y hasta pedagogo, pidió una reunión con algunos de los instigadores de aquel bombardeo. Les hizo ver cómo y por qué defendió al Eibar. Pero no dominaba todos los resortes de una batalla que estaba por encima de él. Entonces no todas las decisiones de Barral y Vidal eran bien recibidas (actualicemos: quizás tampoco ahora tras la breve arcadia que siguió a su regreso al club).
A Garitano le penalizó la desconfianza inicial que sembró dudas en la grada, le dañó la marcha de Lucas Pérez casi sobre la bocina del cierre de mercado, la incorporación de Joselu y su casi inmediata lesión, la habilidad de Barral para reclutar a Ryan Babel y su fracaso para mantenerlo en el plantel después de que en el entrenador hubiese rescatado su mejor versión. Le penalizaron, en fin, los resultados, que no acababan de ser buenos, tampoco los peores para una entidad que todavía debía hacer frente a unos exigentes pagos a la Agencia Tributaria que cercenaban su capacidad para manejarse en el mercado. El Deportivo estaba en el puesto 16 en esa clasificación, con 24,7 millones de euros, la mitad que los equipos que navegaban por el medio de la tabla.
Acabó la Liga en ese mismo puesto 16, jamás entró en plaza de descenso en todo el campeonato, pero el runrún no cesó de acompañar a Garitano pese a que no dejaba de cumplir el objetivo. Siempre pareció tener una nube sobre él. Tuvo que digerir derrotas injustas y dolorosas como el 4-3 de Málaga en el que Ontiveros presentó en sociedad su rosca a la escuadra. Hasta el mes de diciembre apenas había ganado dos partidos (el primero de la temporada ante el Eibar, con Lucas Pérez aún en el equipo, y el zanjado sobre la hora contra el Sporting con golazo final de Babel). Pero Osasuna, Granada y, en menor medida, el cuadro gijonés, se instalaron en la cola y mantuvieron al Deportivo siempre a salvo, por más que la media de puntos fuese pírrica.
Una goleada (5-1) a la Real Sociedad en un partido brillante, una dignísima e injusta derrota en el Bernábeu (3-2) y un triunfo solvente ante Osasuna (2-0) depararon una feliz Navidad para Garitano y el deportivismo, pero todo volvió a oscurecerse al regreso, con tres empates y tres derrotas consecutivas y una eliminación copera frente al Alavés. De pronto, Garitano se encontró ante la destitución en una tarde de sábado en Leganés. El peor día para una debacle, un lamentable 4-0 y un rosario de gritos y exigencias de los aficionados desplazados a Butarque.
Aquella destitución propició que brotasen lágrimas entre muchos de los que debían tomarla o estaban cerca de la decisión. Barral se presentó a la rueda de prensa de despedida del técnico con los ojos llorosos. No fue el único. Garitano y Ferreira habían calado también en un vestuario que todavía seguía siendo muy particular, pero que ya estaba apaciguado, en el que el entrenador nunca dudó en ponerse en su sitio. “El fútbol es de los futbolistas. Se mira demasiado a los entrenadores”, decía aquel tipo austero y más fino aún que cuando iba de corto, que presume de “comer blanco” y guarda un afecto especial por Ourense, donde pasó un tiempo cuando era futbolista. Una persona de trato irreprochable, pero que siempre mantuvo distancias sobre conciliábulos o camarillas, digno, tan directo como enfrentar y acallar en el cara a cara a aquellos que le pusieron la coletilla del NON. Hoy en Bilbao, su casa, le dicen SÍ. Y aún, con todo y tras lo vivido, seguro que tiene claro que ni una respuesta ni otra tienen largo recorrido en el fútbol.